domingo, 4 de octubre de 2015

¿Puedo manejar mi dolor?

El dolor es un fenómeno complejo resultante de la interacción de componentes sensoriales, cognitivos y afectivos.  El Sistema Nervioso Central tiene un papel esencial en la inhibición o excitación de la percepción del dolor, dando lugar a un mecanismo por el que los procesos psicológicos pueden modular la señal sensorial. Para la explicación de esta experiencia, destaca la teoría de la compuerta que describieron Mezlack y Wall  en 1965, según la cual, una zona en la médula espinal actúa a modo de “puerta”, regulando la cantidad de mensajes de dolor que pasan hacia centros superiores. Los factores que abrirían la puerta, aumentando el dolor, serían tanto físicos (gravedad y extensión de la lesión) como psicológicos (ansiedad, depresión, pensamientos catastrofistas, focalización de la atención, conductas de queja…). Entre los factores que cerrarían la puerta disminuyendo, por tanto, el dolor se encuentran de nuevo tanto factores físicos: como tratamientos biomédicos; como  comportamentales o psicológicos: como la relajación, la sensación de control sobre el propio dolor,  estrategias de afrontamiento activo, etc.
La persona con dolor crónico suele realizar una serie de comportamientos para adaptarse a esa situación aversiva. En muchos casos, desarrolla estrategias para aliviar o evitar que aumente la intensidad del dolor, sin embargo, aunque estas estrategias puedan funcionar en un plazo corto de tiempo, a veces, son estrategias que pueden acabar facilitando el mantenimiento del dolor e intensificándolo. Por ejemplo, hay personas que sufren dolor de forma crónica y suelen anticipar dicho malestar y sus consecuencias. Estas anticipaciones, sobre todo cuando son frecuentes y catastrofistas, hacen que aumente el miedo al dolor y que se empiecen a desarrollar estrategias para evitarlo, se dejan de realizar muchas actividades y movimientos que se piensen que  puedan provocar dolor. Lógico, ¿verdad? Sí, sin duda cuando el dolor es agudo es una estrategia útil y eficaz pero no cuando el dolor se mantiene a lo largo del tiempo.  Este cese de actividades, por una parte, dirige el foco de la atención al dolor(muchos aspectos de mi vida empiezan a girar en torno al dolor, se piensa de forma recurrente en ello) haciendo que la persona se observe muy frecuentemente, incrementando la intensidad del dolor y de nuevo activando el  miedo al mismo. A largo plazo, la inactividad no sólo debilita los músculos y dificulta la recuperación de la movilidad sino que tiene consecuencias negativas sobre el estado de ánimo.
Este es sólo un ejemplo de la manera en que algunas personas influyen en la cronificación de su dolor, pero hay muchas otras formas de comportarse con respecto al dolor, en función del tipo de dolor y de variables personales. En cualquier caso, el análisis que se deriva de lo explicado hasta aquí es al menos este: Las personas con dolor crónico pueden influir en su propia experiencia de dolor, haciendo que esta se agudice o disminuya. Por supuesto, podemos influir en la dirección contraria a la mostrada en el ejemplo, y éste es uno de los objetivos principales de la intervención psicológica en dolor crónico.
Autora: Rebeca Pardo Cebrián.

Grupo de trabajo del Colegio Oficial de Psicológos de Madrid



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