La Hipocondría es un trastorno que actualmente se incluye en la categoría de los Trastornos Somatomorfos, y que se caracteriza por una preocupación excesiva y persistente por sufrir una enfermedad grave o mortal (sin que exista evidencia médica que lo sugiera). Las primeras descripciones de este trastorno se remontan a los tiempos de Hipócrates, cuya escuela atribuía su particular sintomatología a una alteración de los humores de la región del hipocondrio (estructura que anatómicamente se localiza en la parte interna de las costillas).
Las manifestaciones clínicas de este trastorno han sido objeto de cierta polémica, ya que muchos profesionales de la psicopatología inciden en que la clínica habitualmente observada podría subsumirse en la categoría general de los Trastornos de Ansiedad, mientras que otros acentúan sus aspectos más fisiológicos para incardinarlo en los síndromes somatomorfos (junto a la conversión o el trastorno dismórfico corporal). Esencialmente, la persona que padece hipocondría experimenta una gran ansiedad asociada al temor de sufrir una enfermedad grave o mortal, lo que a menudo la lleva a peregrinar a través de las distintas unidades sanitarias de los servicios hospitalarios (doctor shopping) tratando de obtener un diagnóstico que atenúe su malestar. A pesar de que el paciente llega a exponerse a procedimientos exploratorios intensos (y a veces muy invasivos), todos los diagnósticos negativos que llega a recibir no consiguen aliviar su miedo y acaban perpetuando la búsqueda de una segunda opinión médica que confirme sus sospechas sobre el estado de salud.
Una diferencia sustancial respecto a los trastornos facticios (en los que la persona finge deliberadamente estar sufriendo una enfermedad grave por los beneficios secundarios que pudieran asociarse a ésta) es que la respuesta ante el diagnóstico (no sufrir enfermedad grave) difiere notablemente: mientras que las personas con trastorno facticio pueden sentirse molestas o indignadas, quienes sufren hipocondría manifiestan un incremento notable de su ansiedad y una sensación generalizada de que los procedimientos que se han llevado a cabo para la evaluación de los síntomas no ha sido todo lo precisa que debiera. En todo caso, permanece una ansiedad flotante que orbita en torno a un empeoramiento progresivo del estado de salud y las posibles consecuencias que de ello pudieran desprenderse.
Una exploración minuciosa de la experiencia interna de los pacientes con hipocondría hace explícita una especial sensibilidad a los procesos fisiológicos básicos del organismo, junto a una interpretación negativa de los mismos. De este modo, funciones como el peristaltismo intestinal, el ritmo cardíaco u otras; pueden interpretarse de un modo anormal, llegando la persona a sospechar que están produciéndose patologías cuya naturaleza pudiera comprometer la integridad de la propia vida. Ocurre en este contexto una hipervigilancia constante del estado de salud, que lleva a la persona a una preocupación excesiva que habitualmente se traduce en una alteración de los ritmos fisiológicos, lo que suele interpretarse como una exacerbación de la enfermedad sospechada. Ocurre habitualmente que la hiponcondría emerge en el contexto de ciertos trastornos de ansiedad (muy especialmente el Trastorno de Ansiedad Generalizada, cuya principal expresión obedece a una preocupación constante por un amplio abanico de circunstancias/situaciones cotidianas), lo que obliga a menudo a realizar exploraciones psicométricas minuciosas que permitan obtener un panorama preciso de la situación.
Además de los propios procesos internos del organismo, la persona también tiende a interpretar de forma negativa otras manifestaciones físicas normales (lunares, asimetrías anatómicas, cefaleas, etc.). Cuando emerge la preocupación por los síntomas, es habitual que quienes padecen hipocondría utilicen una gran diversidad de métodos (especialmente los buscadores de Internet) para obtener información sobre un posible diagnóstico. Debido a que habitualmente la información que podemos encontrar a través de estos medios no procede de fuentes fiables, es posible que sólo se consiga aumentar la ansiedad y acceder de nuevo a una dinámica de preocupación acentuada. Es frecuente también que, junto a la solicitud de opinión facultativa, las personas centren gran parte de sus conversaciones con los demás en su estado de salud y busquen en su entorno social una confirmación de los correlatos físicos que observan en sí mismos (pérdida o ganancia de peso, palidez, etc.). Debido a que la persona dedica mucho tiempo a autoexplorarse y a hablar sobre la cuestión, quienes conviven con ella tienden también a preocuparse por su salud y a menudo la acompañan a las consultas con los diferentes profesionales sanitarios. Las sospechas sobre la salud pueden llegar a ocupar un papel central no sólo en la persona con hipocondría, sino también en su entorno familiar y social próximo, dominando los temas de conversación y convirtiéndose en una preocupación generalizada.
La persona con hipocondría, además, tiende a anticipar constantemente las posibles consecuencias de la enfermedad sospechada (proyección hacia el futuro). En casos graves, incluso se ha observado un grado de convicción tan firme que la persona redacta el contenido del testamento vital en previsión de una muerte inminente. En todo caso, la anticipación se manifiesta de muchas formas: preocupación por las consecuencias familiares asociadas al declive de la salud, sueños con contenidos asociados al empeoramiento físico, recreación en la imaginación de escenas específicas en las que el médico confirma la presencia de una patología, etc. En aquellos casos en los que la persona cree estar sufriendo una enfermedad coronaria puede concurrir un importante temor a que se desencadene un episodio cardíaco espontáneo, lo que puede llegar a limitar a la persona en muchas áreas (laboral, académica, etc.). Este aislamiento autoimpuesto es extensible a la preocupación por otras enfermedades que impliquen episodios agudos que constituyan emergencias sanitarias (miedo de padecer enfermedades neurológicas, digestivas, etc.).
Una característica esencial de quienes padecen hipocondría es la existencia de un conflicto interno entre la aproximación y la evitación de la enfermedad física. Por un lado, necesitan comprobar continuamente que no existen alteraciones en la estructura o función de su organismo, pero por otra parte esta búsqueda incesante incrementa su ansiedad. Así pues, no es extraño que con las repetidas autovaloraciones se perciban señales subjetivas de que algo no funciona como debería (fruto de una interpretación errónea de los síntomas), lo que estimula una intensificación de los procesos exploratorios del propio cuerpo en un ciclo que tiende a perpetuarse. Con el paso del tiempo, si la persona no recibe atención específica para su hipocondría, la autoexploración ocupa gran parte del tiempo e interfiere notablemente en otras actividades cotidianas (como los estudios, el trabajo o el cuidado de la familia). Además, las visitas constantes a especialistas médicos suponen un gasto sanitario importante (algunos países han diseñado estudios dirigidos a calcular el impacto económico de este trastorno en el sistema sanitario), por lo que el abordaje clínico del trastorno reviste también cierto interés a nivel de gestión de los recursos estatales.
Ciertos estudios sobre la hipocondría también destacan su interferencia en la calidad de las relaciones sociales. Es bien sabido que la preocupación excesiva por el estado de la salud puede conducir a cierto aislamiento social que acaba por deteriorar el vínculo con familiares y amigos. No es difícil que la persona que padece hipocondría se sienta incomprendida por los demás, tanto profesionales sanitarios como miembros de la familia. La firme convicción de que se está sufriendo un proceso patológico (que se traduce en preguntas persistentes sobre el aspecto físico, p.e.) impacta frontalmente con la opinión de las personas significativas y el equipo sanitario, que insisten en que no existe un problema con base real. De este modo, es muy posible que finalmente la persona con hipocondría acabe por reconocer que sus creencias sobre la salud difieren sustancialmente de la realidad (debido a las múltiples y sucesivas pruebas que contradicen sus temores) pero aún así persiste la incapacidad para detener la preocupación y el flujo constante de pensamiento en torno a la cuestión. En este contexto, es frecuente una percepción de pérdida de control sobre la propia vida emocional que conlleva una situación de indefensión y resignación que eleva la ansiedad.
Al principio del texto indicábamos que muchos autores consideraban que la hipocondría podría incluirse en el grupo de los Trastornos de Ansiedad, y si esto es así se debe, sin duda, a la elevada comorbilidad de este trastorno con alteraciones ansiosas. Por una parte, se observa que la ansiedad flotante y persistente (poco definida) que acompaña a la hipocondría puede traducirse eventualmente en un ataque de pánico. Los ataques de pánico se caracterizan por una hiperactividad elevadísima del sistema nervioso autónomo (sudoración, taquicardia, temblores, mareos, visión borrosa, esfuerzo respiratorio, etc.), que habitualmente puede confundirse con patologías cardíacas. Cuando concurren ataques de pánico en una persona con hipocondría es relativamente sencillo que éstos puedan atribuirse a enfermedades latentes y acaben por confirmar los temores que precisamente condujeron a su aparición. Así pues, los ataques de pánico tienden a hacerse más frecuentes, a inhibir sensiblemente las relaciones sociales y, en los casos más graves, desencadenar un trastorno de angustia que merme sustancialmente la calidad de vida y ejerza un efecto sinérgico sobre la hipocondría original.
Otra cuestión importante es que todo especialista clínico debe esbozar un buen diagnóstico diferencial respecto al Trastorno de Ansiedad Generalizada y la Hipocondría. En el primero de estos trastornos, se construye un sistema de preocupaciones persistentes en torno a una gran variedad de cuestiones cotidianas (siendo la salud una más de ellas); mientras que en la hipocondría la preocupación se circunscribe al estado de salud y generalmente resulta mucho más intensa. Otro trastorno que es necesario diferenciar de la hipocondría es la conversión. En la conversión se observan auténticas alteraciones en el funcionamiento del cuerpo (motoras y/o sensoriales, tales como parálisis o alteraciones perceptivas) para las que no existe una base física que pudiera explicarlas, junto a cierta despreocupación por la sintomatología (conocida como belle indiference). En el caso de la hipocondría no se observan alteraciones físicas reales (sólo aquellas que la persona percibe a través de la interpretación errónea de señales físicas normales) y la preocupación por los síntomas percibidos puede llegar a ser de intensidad abrumadora.
Una vez se ha esbozado un diagnóstico preciso de la hipocondría es necesario articular un tratamiento personalizado que cubra todas las necesidades asistenciales del paciente. El abordaje especializado del trastorno reviste una importancia capital, puesto que de no llevarse a cabo puede complicarse la situación y extenderse a múltiples áreas de la vida cotidiana. Los tratamientos cognitivo-conductuales han demostrado ampliamente su eficacia para reducir la sintomatología y resolver exitosamente la situación, por lo que se hace recomendable solicitar la atención de un profesional de la Psicología.
“Psicólogo
Getafe AlfaCrisol”
(Centro Sanitario Autorizado por la Comunidad de Madrid nº CS11889)